Hace algunas fechas escribía en este blog que la monarquía se salvaría, no tanto por lo que pudo hacer en el pasado, sino y sobre todo por lo que hace en el presente y pudiera hacer en el futuro. Del accidentado viaje del Rey a Butsana para disfrutar de unas jornadas de caza lo menos que pudo decirse es que fue imprudente e inoportuno, dado el contexto social, político y económico en el que España se encuentra. Y es que la crisis social y económica que padecemos ha dejado enfurruñados a amplias capas de la población que no entienden por qué tienen que sufrir los rigores de una crisis de la que no se sienten responsables mientras contemplan, entre estupefactos e indignados, que la clase dirigente y política no ha renunciado a ninguno de sus múltiples privilegios. Menos aún entienden el comportamiento nada ejemplar o supuestamente delictivo de algunos miembros emparentados con la casa real.
Es un hecho constatado por la práctica que la omertá que, tanto y durante tanto tiempo, protegió la intimidad y privacidad de la casa real, ha sido definitivamente derogada. El cordón sanitario que el parlamento español tejió con sus aplausos al monarca para preservarle del caso Urdangarín parece deshilachado cuando aún es mucho lo que queda por investigar, juzgar y sentenciar. Y los que hasta ayer venían defendiendo la monarquía en la persona de Don Juan Carlos fueron los primeros en pedirle y hasta exigirle que pidiera disculpas por tan infausto viaje. El Rey lo ha hecho y, al parecer, a satisfacción de todos. Ciertamente ha sido la primera vez que se formula al Rey una exigencia de esta naturaleza pero quizás no sea la última. En todo caso, nadie podrá negar que la monarquía española esté viviendo uno de los momentos más críticos desde su reinstauración. La desafección de la ciudadanía, especialmente la más joven, hacia la casa real corre casi en paralelo con el debilitamiento físico que se observa en la figura del Rey.
El próximo 15 de mayo se cumplirán 35 años de la renuncia de los derechos dinásticos de Don Juan de Borbón a favor de Don Juan Carlos. Para éste como para su padre la navegación no tiene secretos. Conoce y tiene experiencia en golpes de timón como los propiciados en 1976 y 1981. Él, mejor que nadie, debe saber si la jefatura del Estado está necesitando o no de un golpe de timón.
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