Es público y sabido de todos que la siesta es algo consuetudinario al modo de ser español. Pocos países, por no decir ninguno, parecen disfrutar tanto de la siesta como el nuestro. No se trata empero, de hablar de los efectos beneficiosos de la siesta que, sin duda, los tiene. Lo que acontece es que en medio de una crisis económica sin precedentes, España y los españoles parecen sumidos en una larga y profunda siesta sin más respuesta social que la protagonizada por el movimiento 15-M que, más allá de la simpatía con que ha sido vista por los ciudadanos, no ha logrado, sin embargo, contagiar su estado de indignación.
Tal vez porque, en nuestro país, a la crisis económica, cuyos efectos deletéreos son bien conocidos, se une una no menos grave crisis social e institucional.
Disponemos en la actualidad de una justicia politizada “ad nauseam”, en la que ya nadie cree, lo que ha permitido a los partidos políticos colocar en sus listas a implicados o imputados sin ningún coste electoral.
Una Universidad de espaldas a la actualidad, en la crisis económica ni está ni se la espera, cuya única misión en la sociedad parece ser la de formar jóvenes avocados al paro o a la emigración.
Unos medios de comunicación concentrados en unas pocas manos al servicio de sus propios intereses y de quien les financia o subvenciona, habitualmente el gobierno de turno, nacional o autonómico, lo que les ha convertido en amplificadores del poder.
Unas organizaciones sociales, sindicales y empresariales financiadas con fondos públicos.
En definitiva, una sociedad cuyo entramado social es muy dependiente de los poderes públicos y, por tanto, manifiestamente domesticada y una clase dirigente representada por partidos políticos con unos sistemas de organización y funcionamiento esclerotizados que, a la vez que impiden el relevo generacional, propician la ausencia de jóvenes líderes para el cambio. Prueba de ello es que en las próximas elecciones generales las candidaturas estarán encabezadas por personas que tienen más pasado político que futuro.
Así las cosas, la sociedad española se debate entre la pérdida de confianza en la clase política y la falta de ilusión. No resulta pues extraño que la mayoría de los españoles piensen que lo mejor es seguir durmiendo la siesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario