En su obra “Los siete pecados capitales”, Fernando Sabater escribe: “el soberbio puede ser inteligente pero no sabio; puede ser astuto, diabólicamente astuto, pero siempre deja tras sus fechorías cabos sueltos por los que se le podrá identificar”. Son precisamente los cabos sueltos los que han llevado a Garzón ante los tribunales. Y es que el pecado de Garzón, como el de Adán, es un pecado de soberbia y, como él, ha acabado expulsado del paraíso. Su concepción absolutista de la justicia le llevó a creer que la justicia era él y han sido otros los que le han inhabilitado para la misma.
Garzón siempre Garzón. En lo bueno y en lo malo. De buceador en las cloacas del Estado a llanero solitario perseguidor de dictadores vivos o muertos. Un cazador que ha resultado cazado. Condenado por prevaricación, el delito más grave que puede cometer un magistrado, hoy es un icono más de los que tan necesitada anda siempre la izquierda.
* Foto extraída de www.elpais.com
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