Hace escasas fechas, tuve la ocasión de acudir a la presentación de un libro: “El rapto de libra”, del que es autor Javier Hernando. Ello me llevó a evocar algunas reminiscencias de un pasado del que, hasta hoy, no había escrito
Corría el año 99, que diría César Vidal, cuando el partido popular ganaba, una vez más, las elecciones municipales, pero había perdido el gobierno de la ciudad. Por primera vez en la historia la derecha había sido desalojada del poder municipal. Como el autor del libro reconoce en el prólogo, libra fue el nombre que adoptó un colectivo constituido por numerosos militantes de base del partido popular al objeto de promover en su seno la siempre deseable y necesaria reflexión y, porqué no, alguna autocrítica. Pensamos que el congreso provincial que se avecinaba era una excelente oportunidad para promover el ansiado debate. El hecho fue interpretado por algunos dirigentes del partido como un asalto a la fortaleza del castillo y fue tal la fuerza desplegada que sucumbimos en sus inmediaciones. Algunas personas muy valiosas, fuera y dentro del partido, con las heridas aún recientes abandonaron el mismo, otras no pudieron superar la decepción causada y acabaron tomando idéntico camino. Los menos permanecimos en el partido y fuimos redimidos por las penas del trabajo. Pero todas sin excepción quedamos estigmatizadas.
En el pasado mes de febrero el partido socialista celebraba su congreso federal. Se esperaba una verdadera catarsis en un partido que acababa de cosechar el fracaso electoral más grande de su historia. El balance de gestión presentado por Zapatero fue aprobado por el 91% de los delegados y resultaron elegidos, como números 1 y 3 del partido, Rubalcaba y Oscar López, máximos responsables de la debacle electoral en España y en Castilla y León.
El culto al personalismo en una moneda de uso corriente en el mercadeo de los partidos políticos. Desgraciadamente son muchos los líderes que hacen del mismo una exigencia, al punto de declarar desleal al que no lo practica. Olvidan que la lealtad no es consecuencia de un sentimiento afectivo, sino el resultado de una deliberación mental para elegir lo que se considera más correcto. El mentir para encubrir los fallos o las faltas no nos hace leales, sino cómplices. Porque lo importante es vivir los valores por lo que representan, no por las personas. Lo expresó muy bien el gran santo jesuita Francisco de Borja, a la sazón virrey de Cataluña en la corte de Carlos V, cuando al abrir el féretro para reconocer el rostro de la bellísima emperatriz Isabel y viendo el estado de descomposición en que se encontraba exclamó: ¡”Nunca más servir a un señor que se me pueda morir!”
El desproporcionado personalismo que se practica en los partidos políticos en España es una forma atávica de la otrora adhesión inquebrantable. Han pasado ya muchos años desde que se proclamara la Constitución pero la democracia interna en los partidos es una quimera pues sigue teniendo mucho más de formal que de rea.