Quizás porque no se hayan enterado que la monarquía en España se salvará, no tanto por lo que hizo en el pasado, sino y sobre todo por lo que hace en el presente y pueda hacer en el futuro; lo cierto es que salvar la monarquía parece ser la consigna que circula entre la izquierda civilizada ante el caso del Instituto Nóos que ya es el caso Urdangarín. Y no es que la izquierda haya renunciado a sus convicciones republicanas. Que va. Se trata de defender la monarquía que encarna el rey Juan Carlos. Para ello ha decidido establecer un cordón sanitario en torno a él y a su hija Cristina de modo que no se vean contaminados por lo que la casa real califica como comportamiento no ejemplar de Iñaki Urdangarín. Desde los púlpitos mediáticos de la izquierda se ha anatematizado a quien ose debatir en este momento sobre la monarquía y, al tiempo, se ha lanzado todo género de diatribas sobre el sindicato Manos Limpias por pedir al juez la imputación de la infanta Cristina en el “caso Urdangarín”. Una petición a la que la fiscalía anticorrupción se había opuesto porque “no existen indicios” de que “conociera la conducta supuestamente ilícita de su marido” y que, del mismo modo, ha sido rechazada recientemente por el juez Castro al entender que la imputación carece de sentido porque “no ve indicios y testimonios” que la impliquen y ello, son sus palabras, solo conduciría a su estigmatización.
En cualquier caso parece evidente, a la vista de lo conocido hasta ahora, que Iñaki Urdangarín ha navegado por las aguas turbulentas de la corrupción arribando a determinados estamentos, no tanto por su condición de deportista de prestigio, que lo es, como por su condición de duque de Palma y consorte de la infanta Cristina.
El proceso judicial seguirá su corto pero, a la vista de lo acontecido hasta ahora, no parece que nada ni nadie vaya a impedir que la opinión pública vaya conociendo cosas del comportamiento de Urdargarín al que la propia casa real califica de no ejemplar. Todo apunta, sin embargo, a que cualquiera que sea el veredicto, el destino final del matrimonio Urdangarín será el exilio dorado, algo usual en el siglo pasado de las monarquías en general y de la de los Borbones en particular.
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